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sábado, 24 de mayo de 2014

EL CAMINO HACIA LÜMBURNIA


Marie Linares (Chiclayo- Perú)
sanguistua@hotmail.com

La neblina que acompañaba el camino rumbo al norte tuvo voz de mujer, ella cantaba en susurros los himnos secretos del parnaso donde moran eternos los preferidos de las musas. Sus ojos de lechuza se dibujaron en el aire al advertir el cansancio que debilitaba al viajero en su travesía. El día recién estaba en su primera hora de la madrugada y la ruta era larga. Junto con los himnos la neblina le cantó otros versos – aquellos que sí pueden ser escritos – advirtiéndole al viajero a modo de acertijos, las peripecias del camino; así, que no podía desatender el canto de la neblina que, poco a poco, fue haciéndose más quedito hasta desaparecer igual que la bruma, igual que un sueño al despertar de él.

La belleza de Urania confunde tu mente,
y tus ojos serán abiertos a su hermoso canto
sus notas empezarán en el inframundo y
culminarán en el agua,
no habrá otra cosa más poderosa que la voluntad
y la fiereza de su mirar.

La neblina había desaparecido y el cansino corcel seguía avanzando por los caminos tenebrosos y el inevitable fango; apenas podía andarse por el sendero que se asomaba entre el tupido bosque y el sabotaje de una noche de luna nueva con sus adormecedores bucles negros. Tenía que ser el muchacho más triste que se haya conocido, aquel a quien le habían robado la esperanza y trizado los sueños, el que finalmente montara ese caballo tan gris como la melancolía y tan salvaje como el arrebato de un adolescente; tenía que ser un jovenzuelo acostumbrado a las historias incompletas y a las confesiones a medias, aquel que no temiera morir sin epitafio, un descendiente legítimo de las tierras sumergidas de la Atlántida, cuyo linaje familiar llevaba tatuado en jeroglíficos sobre la piel de la nuca, oculto bajo su cabellera bruna.

El jinete se llamaba Alexour, y aún con catorce años recién cumplidos, su mirada iba más lejos que sus pies, sobre su cabeza se difuminaron los cielos de otra madrugada, vaciándosele el alma sobre la línea del horizonte donde se juntan la tierra y el firmamento y, en algún punto azul y distante donde tiene lugar la fantasía, descansaba la tierra Atlántida. La nostalgia se lo devoraba y las lágrimas pendían reprimidas del borde de sus ojos, con el sabor de recuerdos lejanos atracados aún en la mitad de la garganta, incapaz de poder hacer algo, impotente frente a las frecuentes visiones de un imperio majestuoso que no llegó a verlo como príncipe.

El silbido de un pájaro hunturi recibía al forastero y, a lo lejos, los campesinos recogían las manzanas de la temporada mientras un joven inválido tocaba la flauta. A casi cien metros de la casa más cercana, el jinete, que apenas podía mantenerse en pie y sostener las riendas de su corcel, se desplomó. Su organismo había pasado más de una semana sin provisiones y alimentándose con las semillas y frutos amargos del bosque. Pudo haberse comido a su caballo, como lo hacían los trontarios cuando padecían de hambre y ése había sido un caso de extrema necesidad. Pero no lo hizo… Su relación con Miunsai iba más allá del binomio hombre – bestia, se trataba de amistad; así era como pensaban los atlantes y Alexour no podía comerse a un amigo, había asimilado la idea de que el cuerpo de su caballo y el suyo uno eran aún en soledad; también era conciente de su linaje de príncipe aún en vestimentas de hijo de herrero; sus ojos dulces de adolescente se dedicaron por un instante a contemplar ilusionados aquel punto mágico de sus sueños en el horizonte que, como un espejismo, parecía siempre lejano y etéreo… Las patas del corcel Miunsai se doblaron sobre sí mismas, incapaz el animal de resistir el cansancio. Para cuando los campesinos por fin vieron a Alexour, éste se desplomó sobre la grama y las puertas de Lümburnia aún seguían lejos, a cinco kilómetros al noreste.

Al abrir los ojos se encontró vestido con una túnica blanca, en una habitación con una luz muy tenue, casi a oscuras… Un lecho con cortinas de seda dorada... Vaporoso olor de esencias florales e incienso… Detrás de la cortina, alguien encapuchado se acercaba con una vasija, mojaba la mano dentro de ella y estiraba el brazo para dibujar una señal sobre la frente del muchacho mientras pronunciaba palabras foráneas a los oídos de Alexour. Era el vocabulario de hechicera y su voz parecía la de una princesa… La última estrofa que repetía mientras le dibujaba húmedamente la señal en la frente correspondía al canto que momentos antes había escuchado – como si fuese un sueño – de una bella y extraña mujer que lo despertó de entre los cadáveres putrefactos del Inframundo.
- Mi nombre es Ieyakvna y lo que viste fue real, no te asustes. Te regresé del Inframundo porque te estabas muriendo y no hay caballero viajero sin misión importante.
Convaleciente, él le preguntó: -¿Qué cantabas y qué me pusiste en la frente?
La hechicera, a cierta distancia del lecho, y con la cabeza encapuchada y gacha le contestó:
– Te regresé con la canción de la vida, jamás podrás cantarla porque su letra y su fonética son secretas, al ponerse el sol ya te habrás olvidado de su melodía. También sé tu nombre, tu pasado, tu misión… en Inframundo se conoce todo, Alexour de Haçeibuan. Lo que dibujé en tu frente fue para protegerte y lo hice con agua de rocío.
- ¿Agua?
- El origen de la vida está en el agua… No te levantes.
- ¿Puedo verte? Eres muy bonita, sólo con mirarte me recuperaría.
- No puedes, te llevarías una decepción; no soy bella en este mundo. Lo que viste es mi alma, por lo general invisible, los únicos que pueden verla fuera de este mundo, como pasó cuando te salvé, son los dioses, los demonios y los seres especiales. Tú eres especial príncipe atlante y en tu última hora yo guiaré a tu alma a su estancia inmortal, esa será la próxima vez en que tú y yo nos encontremos.

Así le siguieron a esa noche ocho días en los cuales la hechicera además de prodigarle cuidados, le enseñó el poder curativo, casi milagroso, de ciertas hierbas medicinales y cómo usarlas para el bienestar y el veneno. Le educó asimismo en el arte de escuchar el consejo en el murmullo del agua, ya que el agua es fuente de vida o salud pero pocos conocen sus propiedades de ser el elemento revelador de los hechos pasados, de los presentes y de su facultad de predecir el futuro. Se trata del espejo del tiempo, ya que el agua ha existido en el planeta desde los primeros tiempos, conociéndolo todo desde entonces y es capaz de advertirlo todo y, debido a su propiedad transformativa, lo que se llama “el ciclo del agua”, ésta ha tenido contacto con la naturaleza en todas sus formas y en todos los momentos de la historia.

Así fue que la hechicera Ieyakvna lo adiestró en escuchar el consejo del agua y Alexour, joven príncipe atlante, sintió un pálpito cuando la dulce vocecilla del arroyo adivinó lo que guardaba su corazón y que sus labios aún no se atrevían a confesar. Sin embargo, la madrugada antes de marcharse, su garganta no pudo contenerse más en el secreto, pese a estar arriesgando un objetivo se atrevió a decirlo.

- Realmente tienes un alma muy hermosa, podría casarme contigo y dejarlo todo, quedarme a tu lado para siempre, en ese extraño cielo de Urania, contigo en la eternidad.
Ieyakvna se acercó a la ventana e irritada por lo que había acabado de oír, se despojó de la ruda vestimenta que la cubría. La luz de la luna dejó ver un ser de extraña y diabólica apariencia, con la cara muy blanca, rasgos deformes y horrorosos, escamas platinadas en la frente, pequeños cuernos de carnero, cabellos largos, resecos y platinados, carente de cejas, labios finísimos, dientes puntiagudos, lengua bífida y ojos celestes pero ciegos. Su cuerpo, no obstante tener forma de mujer, era de un color amoratado, con cicatrices y escamas a doquier; Ieyakvna parecía un ser maldecido por el universo. No dijo palabra... el príncipe atlante ya se había desmayado sobre el lecho.



- ¿Dónde estoy? ¿Y Ieyakvna? ¿qué pasó?….. era la visión de un monstruo, ella me engañó con su magia hizo que la viera horrorosa ¿por qué…? – fueron sus primeras palabras y trató de salir a buscarla, pero el aldeano se lo impidió.
- Tu caballo ya está listo para continuar tu camino, no te está permitido retroceder, Ieyakvna ya cumplió con su parte, te curó, ahora vete.

Esa mañana, Alexour y su caballo recorrían los cinco kilómetros restantes hasta Lümburnia y antes del mediodía se abrían para ellos las puertas de la ciudadela.
- ¿De dónde vienes forastero? – le preguntó uno de los guardianes de las puertas de Lümburnia,
- De muy lejos, de las tierras de Haçeibuan – aún no podía revelar su verdadero origen, el de la estirpe atlante.
- ¿Cuál es el motivo de tu entrada a la ciudad?
- Estoy de paso. Sólo serán unos días.

La bella revelación de la imagen del alma de Ieyakvna aún oprimía el corazón de Alexour y éste tenía la sensación de que con el tiempo todo lo que sentía por ella colapsaría por dentro y no habría cuerpo que lograse resistir semejante martirio, se había enamorado y no había sido el primer ser apasionado en el mundo por volver a ella a pesar de su desgraciado aspecto, atormentado por el recuerdo de un hermoso espíritu. Sólo pocos podían contemplar su verdadera belleza, y Alexour podía sentirse especial tan sólo por ese lujo de ser escogido; y, mientras el príncipe, aún con lágrimas vertidas en su corazón de carne adolescente daba sus primeros pasos en una extraña ciudad de enormes murallas llamada Lümburnia con una misión por cumplir; Ieyakvna lo veía todo desde los cielos de Urania, donde nacen estrellas como flores en la tierra, y habría de seguir ahí morando eternamente para bajar de vez en cuando a la tierra.