La lluvia no paraba de caer desde las cinco de la
tarde y los espejos laterales del auto dibujaban caminos erráticos de agua,
podría jugarse a unir las gotas mentalmente y garabatear recuerdos de algún
tiempo pasado en la infancia. Más allá de la fantasía, en algún lugar de la
nostalgia y las lágrimas: vacío, ahogo, nudos en la garganta y el corazón
atacado por enormes espinas de indiferencia.
El viejo Hyundai azul se mantenía solitario y
desafiante en la carretera, asolado por las largas horas y la distancia; Julia
tenía sólo diecisiete años, una bella sonrisa, lindas manos, pequitas y un
embarazo de nueve meses. Martín siempre había sido un miserable, el primer amor
y un despreocupado jovenzuelo, de ruines compañías y adicto a las drogas. El
primer beso de ambos fue en un aula de la escuela, un día parecido a ése, con
lluvia y frío, él le prestó su chompa y regresaron a casa. Su primera
experiencia sexual fue en una habitación desocupada de la casa de un tío de
Martín, en una de las zonas más peligrosas de la ciudad, donde crecieron entre
pandillas y chavetas, fulbito de la cuadra y perros callejeros.
Aquel vientre hinchado como un pequeño planeta
intentaba parir esa tarde. Aquella mini mujer de metro cincuenta en sandalias y
cara de Lolita iba a ser la madre. Esa mañana, al robar el Hyundai del tío de
Martín sólo cruzó por su mente el relámpago del instinto de supervivencia; la
noche anterior había escuchado el macabro plan que tenían Martín y Joseph “Son
tres mil lucas por vender al chibolo” le habrían dicho al padre y éste había aceptado
cansado de atender las quejas de Julia sobre su futuro. Esa noche murió su
primer amor.
Respiraba… Expiraba….Respiraba…Larga expiración….
Fuerte inhalación… Larga expiración… Fuerte inhalación… expiración…
expiración…Madre naturaleza… Fuerza de la matriz… Dilatación y coronamiento… La
idea del instante de muerte recorrió como sudor frío por sus sienes, se agarró
muy fuerte de un pedazo descolgado de asiento como quien se aferra a una
esperanza, pujaba y gritaba; recordó aquel pedazo de texto “con dolor parirás a
tus hijos Eva”, y le dolía más… sus manos sólo buscaban en la maldad de esas
horas, otra mano que le dé consuelo… motivos… calor… vida… Ale… Ale… Tú…
Para cuando cesó la lluvia, dos manos se juntaban en
la oscuridad de la noche, con una navaja que esterilizó al calor de un
encendedor cortó el cordón y con su casaca abrigó a Alejandro, su pequeño.
Alguien le había dicho a Martín que su mujer había escapado en el auto por la
carretera rumbo al norte muy temprano en la mañana; una vida de obligaciones no
era buena para él, una mujer a la que apenas quería, tampoco. El auto seguía
aparcado en mala posición. En la oscuridad de esa noche y de la carretera
desolada se escuchaba a un niño llorando y a una mujer arrullándolo. Los
hombres de voces conocidas rodearon el vehículo y la joven madre, cansada y
débil, aseguró las puertas del auto, suplicó llorando tras las ventanas a
aquellos hombres enfurecidos que rompían los vidrios mientras ella pisaba el
acelerador y no pretendía usar los frenos en su huida. La noche iba a ser
larga.