Durante
siglos, las mujeres han tenido un limitado acceso a la educación y, como
consecuencia, el papel que la mujer ha ocupado en la literatura ha sido el de
musa inspiradora del genio masculino. Pero la literatura explica al mundo y si
la mujer escribe, la sensibilidad femenina lo interpreta a su manera y, al
hacerlo así, quien vive a su manera no
necesita mundo ni montera, como escribiera el poeta.
De
esta suerte, a lo largo del tiempo encontramos ejemplos de mujeres que
reescribieron el destino que les estaba marcado e hicieron literatura. El
esfuerzo y el talento se han visto recompensados con excelentes producciones literarias
que han influido hondamente en las letras, para escribir en mujer.
Los
últimos años han presenciado el comienzo de la revaloración de la poesía
escrita por mujeres. Hasta no hace mucho tiempo, esta poesía no formaba parte
de las historias literarias sino como una especie de apéndice, en los cuales
los criterios de valoración o análisis tendían a juicios subjetivos, referidos
especialmente a una imagen emotivizada
de la mujer. Pese a la importancia que la mujer ha adquirido en otros planos,
su poesía se ha mantenido como un discurso marginal que no merece una atención
en profundidad por parte de los críticos. Eso está cambiando, para bien.
Y
es que la sensibilidad femenina nos enseña sobre la primacía de la belleza de
la armonía y el amor, canta a la pasión encendida y tempestuosa. Y al hacerlo,
desde el albor de los primeros días hasta ahora, plenos en tecnología y
globalizados, la sola aproximación de las mujeres a las palabras ha sido motivo
de alarma, conmoción, escándalo, desconcierto, horror y asombro en las
sociedades de grandes prohibiciones, desde las más antiguas hasta las
posmodernas, igual censuradoras, pues en todas ellas las mujeres se han atrevido,
armadas de un lápiz y un buen par de ovarios, a hacer literatura.
De
allí que podamos decir que el amante más febril y entregado de las mujeres no ha
sido el amante de Lady Chaterley, con el que soñaron tibiamente nuestras
abuelas, sino la escritura, pues si la literatura es pasión, la mujer reina en la
pasión y la gobierna a su antojo y capricho.
Y
es que la literatura es peligrosa. Nos hace dueños de nuestros sentimientos y
gozar de la libertad necesaria para elegir nuestro destino.
Por
ende, la poesía de Marie Linares es resultado de esa sensibilidad femenina en
la literatura, de esa visión femenina del mundo, de la adivinación o intuición
de ese peligro ancestral que conlleva la posesión de sí mismas y de acuerdo a
sus propios demonios, como enseñaron los griegos, y por lo tanto expresa las
esperanzas, desgarramientos, intensidades de las escritoras y poetas que la han
antecedido, esas Astarté y Semíramis creadoras, y han puesto su talento al
servicio de la sensibilidad humana.
Gracias
a las grandiosas poetas que la anteceden, Safo, De la Cruz, Dickinson, Mistral,
Varela, Plath, las escritoras empiezan a intuir que su libertad es posible, y
desatan su instinto sensual y erótico, su alto espíritu tanático, como Marie
Linares, al que se aúnan las vicisitudes del paso de la vida, de la soledad, de
las gentes que nos acompañan y de los sentimientos que nos despiertan.
Y
es que Marie Linares descubre que la erótica, en su libertad, se acompasa con
lo imprevisible de un pensamiento que está hecho de imágenes. Desde la palabra
fructífera de Poesía de tu carne surge
el caos de la creadora, la volatilidad del decir que parece cohabitar entre el
ser y el no ser. En ese instante fugaz donde la palabra ilumina y oscurece y
luego se va, nadie sabe a dónde, cuando el poema dice poner el punto final.
Es
Marie Linares en Poesía de tu carne
una muchacha de alma huidiza, de salvaje raíz, su arte es la expresión poética
de una sensibilidad exquisita, moderna, un puente entre las cosas arcanas y las
nuevas, dionisíaca y mística a la vez, sencilla y compleja por igual,
regocijada y saturnina a una, y por todo ello misteriosa y enigmática. Restriega
las imágenes con el cuerpo para hallar sensaciones, sensualidad y erotismo. Si
Teresa de Ávila fue el cuerpo de Cristo,
en clave de erótica blasfemia, y Elizabeth López Avilés el cuerpo del arte, en silenciosa pasión, Marie Linares es el cuerpo de la poesía, aduraznado,
suave y bello.
Marie
Linares en Poesía de tu carne es el
canto del cuervo, la caricia de velvet, la mordedura del recuerdo, el ángel demoníaco
que vive en la absenta como proclamó Oscar Wilde, la intérprete del silencio, la
capitana de una tormenta azul, la reina orquídea, el cigarro olvidado aquella
tarde, la hembra poderosa y hambrienta, sabe lo que es quedar al compás del
olvido de ella misma, su mundo es esa cama donde junto a su amante se detiene
el tiempo.
En
Poesía de tu carne los poemas se evidencian
en su materialidad verbal, en el espíritu connotado que se expande en todas las
direcciones de la mente de los receptores. Hace que todo un mundo conviva en la
expresión poética, para que nada quede prohibido o vetado, porque la poeta,
desde su maestría, se hace dueña y enlazadora de las imágenes y las transforma
en textos literarios. Con ellos comulga, pues como en El Libro Mayor, el que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí y yo en él.
Y
su sentir romántico se eleva en “Agonía”, uno de los más logrados poemas de
este bello libro, cuando escribe: Como
vienen las sirenas de madrugada a la playa, así te quiero. Como llegan los
marineros al puerto, medio sonriéndole a la tragedia pasada, así te quiero.
Como un estruendo tenebroso de las huestes de mi alma, así te quiero, ambrosía
envenenada.
Empero,
también florece su aspecto tanático, en estupendo ejercicio, en su poema “La
ceniza”, donde escribe: Convídame a tu
muerte hermano de ayeres. Que sea yo quien eleve de tu lecho los ruiseñores.
Que sea yo quien calme a la bestia y aplaque tu sed con un soplido sacro y
fuerte.
¿Qué
le toca ahora a Marie Linares, después de Poesía
de tu carne? Ser perfeccionista, culta, tenaz, dedicar una parte o toda su
vida a la escritura y a la búsqueda anhelante de la felicidad.
No
olvides, apreciada poeta, que el erotismo es vitalidad, algarabía, alegría, frenesí,
gozo del cuerpo sin un atisbo de pudor, cansados
los labios de tanto ardor, como has escrito, sudor desembozado y febril que
se empoza tibio y delicioso en nuestras curvas más íntimas: aléjate, por tanto,
de esas feministas que, como los otrora inquisidores, ven en el sexo una
manifestación del mal y del diablo encarnado en el hombre enemigo y, por tanto,
convierten esa fuente inagotable de dicha y alta poesía en un páramo oscuro y
lúgubre, en noches sin adrenalina ni luz, en mariposas negras, pero de lo
enmohecidas y marchitas que están.
Se
la verdadera muchacha mala de la historia,
compón tus textos sin que los otros te corrijan, porque el erotismo y la
sensualidad aparecen a lo largo de toda la vida del poeta. Si el erotismo pleno
es la educación sensual de todos los sentidos, que tu poética sea un pasaporte
al deseo, a la libido, la escalera al monte de goce verastigueano, sin fisuras,
sin corsés, sin límites de velocidad.
Busca
trabajos que sean la materia prima de tu escritura, como Jack London fue
ballenero, Frank Kafka empleado de seguros o Máximo Gorki fogonero en un barco.
Convierte tus crisis más dramáticas en las mejores oportunidades de tu
literatura. Vuelve a abrirte las heridas existenciales y usa la sangre que
brote como la tinta de tus versos, porque lo que no mata, fortalece, como
sentenciara el incestuoso Nietzsche.
Exprime
la experiencia vital como una naranja, hasta las heces o sus últimas
consecuencias, para convertirte en maestra de las futuras generaciones de
mujeres poetas. Y recuerda siempre, como dijera la Diosa al marino Rey de
Ítaca, la víctima más famosa del mar
inagotable como escribiera el poeta, que es la travesía y no el destino lo
importante.
Muchas
gracias.
(Leída con ocasión de la presentación del libro "Poesía de tu carne" el 07 de diciembre del 2016 en el distrito de Barranco - Lima)