Ella saludaba a la lluvia girando
en puntillas sobre sí, haciendo volar sus trenzas. Me recordaba a la infancia.
¡Cómo le olía a manzanilla el cabello!, yo volaba con ese ángel indiferente
desafiando al cielo, para luego caer en cuenta de que soñaba despierto.
Botines rojos. Flequillo
disperso. Ojos de agua. Falda con vuelo. Hoyuelo y mentón traviesos. Azul intenso
el cielo... Mi alma arrobada se estancaba en el hoyo cálido del vértice de su
rodilla y su cuaderno; y ahí, deliciosamente sin prisas, moría. ¡Ahh!…¡Poesía…!